"Poniéndolo en perspectiva."
En sus delirios mesiánicos, con la intención de reingeniería de toda la humanidad, no sólo en Liverpool o Manchester, observando la miseria absoluta en las líneas de producción industrial donde niños, mujeres, adultos y hombres trabajaban en semiesclavitud, cuya sinestesia fue el mayor progreso económico jamás alcanzado por la humanidad en Europa Occidental.
Heinrich Karl Marx comenzó a delirar e imaginó una sociedad de iguales sin la decadencia moral de la Revolución Industrial, por lo que razonó que debía haber un freno y no una moderación en la ambición y codicia de los capitalistas, financieros, políticos de esa etapa de la Humanidad, para obtener el mismo progreso tecnológico sin los daños colaterales de la acumulación desenfrenada.
Para ello, Karl no negó el proceso tecnológico de producción industrial en una cadena de montaje mecanizada y estandarizada, sino que pretendió distribuir los éxitos de la Revolución Industrial entre los trabajadores.
Aquí es donde empiezan las distorsiones cuando se rompen los principios de la acumulación capitalista, que son el pilar de la construcción de la civilización, que es la acumulación, la concentración.
Todas las ciudades son lo que son por efecto de la concentración en un área pequeña de amplios recursos que exponencian la división social del trabajo social, pero no hay forma de hacer esto sin escalabilidad, sin especialización, sin concentración, sin incentivos y recompensas a la productividad, en otras palabras: igualdad sin homogeneización que destruye talentos y exponentes, igualando a los mejores con los peores, eso se llama capitalismo.
Así que Marx asumió que el capitalismo implosionaría debido a la excesiva concentración de todo: capital, privilegios, riqueza.
Como esto no ocurría en las mejores economías, era necesario destruir o acelerar la destrucción del capitalismo, pero para ello, los comunistas infiltrados pidieron ayuda a los delincuentes para desestabilizar la organización social mediante el terror de bandidos, asesinos, narcotraficantes y por otro lado, destruir la moral cristiana, la familia y la justicia.
No funcionó precisamente porque son los comunistas quienes distorsionan el capitalismo al fomentar la destrucción de la organización social y no sus contradicciones internas, como esperaba Karl Marx. Los nuevos pensadores de la Escuela de Frankfurt y Gramsci pensaron que este cambio aceleraría y ayudaría a la caída y decadencia del capitalismo, lo que nunca fue posible porque las predicciones fatalistas y poco realistas de Marx nunca se materializaron.
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