Margaret Thatcher, utilitarismo, Adam Smith.
¿Quién se acuerda?
Neoliberalismo, nacionalismo.
El aceite es nuestro a 7 reales el litro.
China explora litio en Brasil.
China comienza a plantar soja en Brasil.
El ciudadano medio del Reino Unido siguió comprando, o no, su Mini Cooper, que de ser británico, tras la desnacionalización, pasó a ser propiedad alemana.
La soja producida por los chinos en Brasil sigue vendiéndose en el Carrefour de Lapa, São Paulo, y el consumidor ni siquiera se da cuenta.
Si Petrobras se vendiera como se hizo con BR Distribuidora, ningún propietario de automóvil lo notaría.
En Brasil no se producen teléfonos celulares.
Están tratando de convencernos de que un producto nacional producido por un multimillonario nacional beneficiará a los nacionales más que el mismo producto producido fuera del país o por un multimillonario extranjero dentro del país.
No hay una sola diferencia: ni nacional ni extranjera, no mejora ni cambia la situación económica ni del señor Jorge en Lapa ni del señor John en Liverpool.
Poco a poco, los ciudadanos de la tierra en todas partes están perdiendo la noción de nacionalidad: los individuos están atomizados, separados, no hay correlación entre Estado y frontera; Sólo riqueza individual.
Cada uno es cada uno. No hay una relación necesaria en el pasaporte para explicar el bienestar, sólo una sinestesia de los restos de que eventualmente el sistema donde se ubica el país natal y las circunstancias hereditarias valen más que cualquier determinismo patriótico abstracto que pueda modificar la condición de clase inherente a la cuna donde se nació.
El resto es narrativa, discurso, ideología, ilusión inútil, como dice la canción de Johnny Alf.
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