politólogo
pi diddy
Parece que todos nos hemos olvidado de los escándalos en la Arquidiócesis de Nueva York que expusieron la pederastia de sacerdotes, obispos y clérigos con niños de parroquias que van desde Nueva York hasta los países más olvidados por los medios de comunicación, sin excluir África, Asia y Oriente Medio que cuentan con pocas parroquias católicas.
Basta con mirar a un artista para recordar inmediatamente las teorías de Freud, el inventor de la Psicología, el ruso Pavlov y sus estudios sobre los detonantes humanos, o, en lenguaje psicológico, los reflejos condicionados y autorreflejos, o los lapsus linguae de Freud.
La compulsión humana es percibir las zonas de placer del cuerpo, desde la lengua, hasta el paladar, y la erotización de zonas del cuerpo a través del voyeurismo o la simple mirada, lo cual no es tan sencillo porque lo visual es el primer contacto de estimulación erógena, la mirada que abre el apetito por el paladar, junto con el olfato, los aromas, luego viene el tacto y finalmente las zonas sexuales especializadas con el ingrediente del placer para obligar al ser humano al ritual de apareamiento, el único fin fisiológico del orgasmo y la sensación de placer que implica el rito sexual, lo demás es una desviación del propósito.
Las mujeres necesitan atraer a los hombres. Se desnudan, se visten y hacen insinuaciones con sus voces suaves y afinadas, piel suave y curvas tersas, formas voluminosas y redondas, pechos prominentes, muslos anchos, caderas acentuadas, todo para asegurar la perpetuación de la especie. Pero luego viene el embarazo y son seis a nueve meses de deformidad en el vientre, pechos hinchados y dolorosos, goteo de leche, y antes del embarazo están las molestias de la menstruación, que es el aviso del fin de sus zonas genitales y del alto nivel de hormonas que mantienen el esplendor de la belleza deslumbrante desde los trece hasta los treinta años, cuando empieza la fase acelerada de decadencia y declive del esplendor y la belleza femenina. Los humanos hemos redefinido toda la obra de ingeniería de la naturaleza y hemos transformado el simple acto de la función reproductiva de la especie en un derivado del placer, tal como lo hacen los catadores de vino: huelen, miran, salivan, regurgitan pero tiran el sorbo de vino, hacen todo menos beber el vino. El sexo humano ha perdido su propósito, nos quedamos con la sinestesia del acto sexual, que es la búsqueda del placer, nada más.
El sexo puede ser tan adictivo como el hábito de tomar café, vino, cerveza, whisky, cigarrillos, puros, juegos de azar, cocaína, marihuana, compras, ropa, zapatos, música, peligro, aventura, viajes, lectura, redes sociales, celulares, chismes, todo aquello que crea una dependencia mental y toma control de nuestra voluntad, eliminando la condición humana de autonomía sobre nuestro cuerpo y nuestras acciones.
La adicción al sexo, la dependencia creada por la compulsión del amor, la pasión y el placer, distorsiona la realidad y nos ciega a las restricciones sociales y religiosas, por lo que el cerebro permanece en la angustia de la abstinencia hasta el siguiente acto, y nunca se satisface, solo por un momento siente alivio en la saciedad.
No piensen que estoy condenando a Pi Diddy, al Papa o a los pedófilos: todos cayeron en la trampa del detonante mental, el acto reflejo, el condicionamiento y necesitan ayuda más que castigo. Hay que apagar la máquina del placer, es más fácil atar a tu perro interior a la correa de la moralidad, la religiosidad, la ética y las buenas costumbres que intentar entrenarlo.
Nenhum comentário:
Postar um comentário